domingo, 8 de marzo de 2015

Me and the devil blues. La magia negra en la música blues. (1ª parte)

Me and the devil blues.



El diablo en la música



Cuando hoy día se habla de música satánica o demoníaca se suelen nombrar a grupos de rock o heavy metal. Nos muestran unos grupos cuya pose es retadora y amenazante, los más duros y oscuros músicos del lugar, pero hace años esa etiqueta, lejos de ser comercial, se la impusieron a los músicos de blues. En sus inicios el blues ya había sido objeto de persecución que consideraba aquella música como peligrosa para la moral blanca, anglosajona y protestante norteamericana (wasp). Pero, ¿de dónde surge la costumbre de demonizar la música que escapa a unos estereotipos académicos o unas modas imperantes en determinadas sociedades a lo largo de la historia?

Sabemos que la música provoca una reacción en nuestros sentimientos y en nuestro estado de ánimo. De hecho existen múltiples trabajos en musicología, psicología y neurología que han estudiado el comportamiento de nuestro cerebro y nuestro estado de ánimo al escuchar música y hasta se estudia su posible aplicación como terapia para personas con daños cerebrales o discapacidad intelectual.

Seguramente en la prehistoria los hombres atribuirían a la música un poder mágico y espiritual y por ello la interpretarían chamanes o hechiceros; de hecho, en Mesopotamia los músicos eran tan importantes que se les perdonaba la vida tras ser capturados en una batalla, eran después de los reyes y sacerdotes las personas más influyentes de la sociedad. Tal vez este hecho nos sorprenda, en la actualidad tenemos unas reglas establecidas en la interpretación de la música y podemos escuchar música en cualquier ocasión y lugar, cualquier soporte o aparato dispone de música. Antiguamente el músico se valía de su intuición y su memoria para la interpretación y cuanto más diestro fuera más respetado era; la música era empleada para ocasiones especiales.

Los griegos dieron una explicación más racional a la música, dotando a esta de proporciones matemáticas. De ellos procede la palabra música, que significa el arte de las musas y que como tal lo describían como el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios y en el que intervenían complejos procesos psico-anímicos. El filósofo Platón otorgaba a cada escala griega (llamados modos y que recibían el nombre de los distintos pueblos griegos) un estado anímico y un carácter.


Pero con la aparición de la Iglesia se nos fue la diversión. Durante la Edad Media la Iglesia se preguntó por la validez de la música para cantar a Dios, siendo la música un productor de placer e incitador al baile. Un ejemplo lo tenemos en la escala que actualmente conocemos como escala mayor y que se deriva del modo jónico de los griegos, la desaprobó rotundamente condenándola como “Modus lascivus”, y se empleaba principalmente en canciones y bailes populares. Hasta el siglo XVI, cuando se establecieron las leyes de la armonía, no dio el visto bueno la iglesia para su uso.

Guido de Arezzo

Fue el monje benedictino Guido de Arezzo el que desarrolló en la Edad Media la escala diatónica, mejoró la escritura musical, que repercutiría en los futuros pentagramas y creó el sistema de entonación que conocemos como solfeo. Lo que es menos conocido de su labor es que durante la gran reforma de la notación musical, guardó una información que la iglesia consideró que debía ocultarse. Un acorde que generaba tal disonancia que perturbaba al oyente, cuya naturaleza movía el pensamiento hacia lo impuro y por tanto debía de ser obra del mismísimo diablo. La Iglesia consideraba que el diablo se infiltra en la música en los sonidos discordantes o extremos como el intervalo de cuarta aumentada o quinta disminuida llamado tritono, que abarca tres tonos enteros, el de armonía más dura, siendo prohibido bajo la denominación de “diabolus en música o “mi contra fa” y su interpretación era duramente castigada, como cualquier otra invocación al maligno.




Durante toda la Edad Media la armonía no dispuso de los 7 acordes de las 7 notas, sino de 6. El 7º acorde, el poseedor del tritono maldito, el llamado Locrio por antiguos griegos, fue sepultado y olvidado.

Tras varios siglos, en el Barroco, se relajó la prohibición y se empezó a permitir su uso, siempre sujeto a una estricta normativa. Era simplemente un acorde de paso, para dar colorido, pero nunca pudo ocupar un sonido protagonista o central.
El tritono no se usó plenamente hasta el Romanticismo, donde múltiples autores de música clásica moderna (Vivaldi, Beethoven o Debussy) lo rescataron para poder recrear ciertas atmósferas. Y es que el romanticismo trajo consigo la música programática, música que representaba una escena, imagen o estado de ánimo. Y el tritono tenía mucho que representar, sobre todo en cuanto a lo que a estados de ánimo se refiere. Sin embargo, la mayoría de las obras que lo utilizaban no se alejaban de la temática demoníaca, como la Sonata a Dante de Franz Liszt o El ocaso de los dioses de Richard Wagner.
En la música moderna, uno de los géneros donde más se encuentra el tritono y donde menos se advierte su oscuro pasado es en el Jazz. Como música de permanente contraste entre tensión y relajación, el tritono es una herramienta fundamental que se usa con gran frecuencia. El Blues, como género ajeno a las prohibiciones y cercano a la oscuridad y al sufrimiento y en íntimo contacto con el Jazz, ha sido otro gran refugio para el tritono. Tenemos un claro ejemplo en la nota que se añade a la escala pentatónica para formar la escala de blues denominada “blue note” correspondiente a nuestro intervalo diabólico. La blue note es la nota que da la expresividad característica del blues. En el heavy metal el tritono o blue note es usado con mayor frecuencia.





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